Jugar es una actividad placentera y necesaria para el desarrollo intelectual, afectivo y social del niño. Entre el primer y segundo año, el juego preferido es el simbólico, donde adapta la realidad a su manera, creando su propio mundo a través de la imaginación.
Un palito se convierte en cuchara, un cojín en caballito, una silla en un autobús y las hojas de los árboles en ‘comida’. Estos son algunos de los llamados juegos simbólicos, que imitan la vida real, y que tienen un alto potencial educativo, porque permiten al niño resolver mediante la imaginación los aspectos más particulares de la vida cotidiana.
El juego simbólico tiene una gran trascendencia en el desarrollo intelectual infantil, da cuenta de la habilidad de simbolizar que tiene el pequeño, es decir, de tener imágenes mentales de la realidad sin necesidad de tenerlos en frente.
Asimismo, favorece la comprensión y asimilación del entorno que rodea al niño. En las primeras etapas, estos juegos se centran en el estilo de vida más cercano -la familia, el colegio y los amigos- y, posteriormente, en aspectos más generales como jugar a oficios, profesiones y a imitar personajes ficticios.
Jugar a hacer
Según explica Marcela Guerra, sicóloga infantil, el juego simbólico surge alrededor del año de vida y se prolonga hasta cerca de los cuatro. “Alrededor de los 12 meses de edad, el niño repite acciones en momentos que no son habituales, por ejemplo, acostarse para hacer como si fuera a dormir y usar la cuchara como si fuera a comer. Estas acciones pueden ser consideradas como el nacimiento de las conductas simbólicas, es decir, una representación de hacer algo como se da en la vida cotidiana, pero jugando”.
Después de las conductas en que el pequeño “juega a hacer”, proyecta estas acciones a objetos nuevos. Por ejemplo, si antes hacía como que dormía, ahora hace como que su oso duerme, es decir, situaciones que identifica en sí mismo, ahora las proyecta en otro”.
Junto a esto, surge la imitación de conductas que ve en otros, por ejemplo, leer el diario como el papá, o ladrar como perro. “Realizar una conducta que significa algo, en otro momento, es el inicio de la simbolización y la preparación para el lenguaje. Esto se da cuando un niño logra tener una representación mental de los objetos, aun cuando estos se hallan ausentes, lo que es fundamental y determinante para pensar”, señala la sicóloga.
Juego y lenguaje
En el segundo año de vida el niño comienza a utilizar el lenguaje y “a decir en vez de hacer”, anunciando la acción verbalmente antes de ejecutarla. De esta manera, comienza a jugar con las ideas como lo hace con sus músculos y acciones. Paulatinamente, empiezan a surgir las palabras que nombran cosas y personas, y pronto comienza a construir frases.
Cuando los pequeños realizan estos juegos simbólicos están reproduciendo las acciones cotidianas de los mayores. Los imitan en todo lo que hacen y dicen. Esto los ayuda en la adquisición del lenguaje y en la comunicación de una forma natural.
Marcela Guerra sostiene que es importante que los padres ofrezcan al niño el tiempo y los medios favorables para que pueda realizar el juego a su manera. Del mismo modo, la especialista recomienda permitirles a los pequeños terminar su juego, para que experimenten la sensación de haber concluido algo.
Articulo publicado en revista PadresOk.