Madre hay una sola. Pero tipos de madre hay millones. Nadie les dio clases de “crianza”. El estilo con que educan a sus hijos lo aprendieron a través del ejemplo y la experiencia.
Puede ser rígida, flexible o comprensiva, en extremo sobreprotectora o más bien despreocupada, pero siempre es mamá. Cada una es distinta, al igual que sus hijos. Y aunque es difícil estereotipar, las actitudes maternales siguen ciertas tendencias.
Aquí resumimos las más típicas… Quizás pueda reconocerse en alguna:
Madre sobreprotectora
“¡Cuidado!” es su palabra favorita. Ella no sólo se encarga de solucionar los problemas a sus hijos, sino que también hace lo imposible por evitárselos.
Para la madre aprehensiva las situaciones riesgosas andan a la orden del día.
Sus hijos, seguramente, crecen escuchando frases como “no te subas ahí, porque te vas a caer” y, ya más grandes, no pueden ir solos del colegio hasta la casa, aunque la mayoría de sus compañeros ya lo haga.
La psicóloga Karen Moënne advierte que con esta actitud, la madre transmite de manera involuntaria al hijo o hija la sensación de que él no es lo suficientemente capaz de enfrentar las distintas demandas de la vida, disminuyendo así su autonomía y seguridad. Este sentimiento de angustia ante las dificultades puede prolongarse hasta adulto.
“Los niños que no sufrieron caídas y que no se les permitió arriesgarse tienden a no desarrollar una adecuada noción del peligro. Ya adolescentes, suelen correr más riesgos sin evaluar de manera realista las posibles consecuencias”, indica la especialista.
Es posible que algún día el niño se rebele frente a esta situación para así desarrollarse y crecer. Le resulta muy difícil, porque no está acostumbrado a resolver solo sus problemas, pero persiste. Incuso, a veces rechaza cualquier tipo de ayuda, ya que necesita demostrarse a sí mismo que es capaz.
Estilo dejar ser
Aquella vez que los niños rayaron la pared del dormitorio no los reprendió. Muy por el contrario, elogió la «iniciativa artística» de los pequeños, y sólo después de eso vino la explicación de que es mejor pintar sobre un cuaderno.
Ella deja que los niños se expresen espontáneamente y desarrollen sus habilidades. Sus hijos tienen facilidad para identificar lo que les gusta y aprenden tomar decisiones por sí solos más tempranamente que el resto.
En algunos casos esta madre es además, amiga y compañera de juegos. Sin embargo, los niños también necesitan sentir que alguien pone «atajo» a sus conductas. Es una forma de sentirse protegidos.
Hay una gran diferencia entre dejarlo ser y permitir que haga lo que quiera: “Todos necesitamos normas y ellas se transmiten principalmente en la familia. Esto es importante para aprender a tolerar las frustraciones y adaptarnos a vivir en sociedad. Si al niño se le permite hacer todo lo que quiera, se le impide desarrollar la capacidad para adaptarse a distintas situaciones y aprender a que no todo se consigue en la vida”, dice la psicóloga.
Cuando no hay conciencia de los límites, probablemente se sufren muchas desilusiones, por muy pequeñas que sean. Por eso es bueno tener en cuenta ciertas reglas.
La rígida y estricta
Sus hijos se comportan adecuadamente en la mesa, saludan y dan las gracias, y parecen haber incorporado todas las normas que exige la sociedad y, que por supuesto, mamá se encargó de inculcar desde que nacieron.
Las madres estrictas pretenden que sus hijos se comporten correctamente en cualquier situación, especialmente en la convivencia social. Además, deben ser los mejores en el colegio y tener su dormitorio siempre ordenado.
Estos niños desarrollan una «sobre- adaptación», como los define la psicóloga Karen Moënne. El inconveniente es que pueden no estar tan contentos como parecen: “Antes de hacer algo miran para todos lados buscando aprobación para lo que desean hacer, perdiendo así parte de la espontaneidad natural. El problema es que desarrollan más la obediencia que la capacidad para discriminar qué es positivo o negativo según sus propios parámetros”, explica.
Y en el fondo es que estos “niños buenos” no quieren defraudar a nadie. Tienden a desarrollar sentimientos de culpa cada vez que no cumplen con lo que ellos creen que los adultos esperan. Por eso, les resulta difícil hacer lo que realmente quieren o terminan simplemente no sabiéndolo.
La madre con culpas
“¿Estaré descuidando a mi hijo?”, se pregunta frecuentemente, especialmente cuando llega tarde de la oficina o si tuvo que dejar al niño con la nana para ir a hacer trámites.
Es normal que las madres se inquieten al ver la reacción de sus hijos cuando ellas salen. Sin embargo, hay casos en que esta preocupación se transforma en culpa.
Lo mismo ocurre cuando reprenden a los niños. Si se han portado mal y ella se enoja, es probable que al rato después venga a pedirles disculpas.
El problema aparece cuando este sentimiento les impide cumplir con su labor educativa y formadora.
«Se sienten tan culpables cuando retan a los niños, que ellos perciben este doble mensaje y se confunden: por una parte saben que se comportaron inadecuadamente, y por otra, ven que la mamá no está clara en este punto».
Ellas se sienten «culpables» y quieren «compensar» a sus hijos a toda costa.
Les resulta difícil, por ejemplo, poner límites, llamarles la atención, o incluso cumplir con sus propias actividades paras evitarles a los niños el «dolor» de verlas partir.
A su vez, sus hijos se dan cuenta que con ella pueden conseguir lo que quieren fácilmente: «Estos niños no tienen la oportunidad de desarrollar estratégias más creativas para lograr sus objetivos», dice la especialista.
Agrega que en estos casos se necesita es simplemente «rayar la cancha», y para ello es necesario que la madre entienda que el cariño incondicional hacia los hijos no significa darles todo y estar presente las veinticuatro horas del día, sino que quererlos y apoyarlos siempre, pero también guiarlos y corregirlos.
En busca de equilibrio
Ni un extremo ni el otro. Muchas veces una madre tiene un poco de sobreprotectora y otro tanto de liberal, es estricta cuando debe y «deja ser» cuando puede.
Nadie conoce a sus hijos mejor que ella. Lo importante es no perder de vista que cada niño tiene sus características propias, pero todos por igual necesitan que los atiendan, los hagan sentir importantes, que les den compañía, apoyo y también reglas.
Para que los niños puedan «armar» su personalidad, la manera de ver el mundo y de verse a sí mismos, necesitan en un principio de una estructura externa que está dada por la protección, el cuidado y los límites que dan las madres. Esa es la matríz que les permite construir su propia identidad.
“La mejor forma de protegerlos es justamente entregarles las herramientas necesarias para enfrentar la vida. Deben aprender que antes de lograr algo se puede cometer errores y a veces se retrocede, pero lo importante es volver a pararse. Sólo así se conocen las propias fortalezas”, concluye la psicóloga.
Fuente: revista PadresOk