Los niños que cuentan con un padre que participa en forma activa en su crianza se desarrollan mucho mejor que aquellos con padres que, aunque presentes físicamente, no se involucran de cerca en su formación. Los papás de lejos, son poco significativos,aseguran los especialistas.
Hace tiempo que el rol del padre dejó de ser solo el de proveedor de la familia. Hoy en día, según señalan los expertos, el hombre no sólo quiere, sino que también debe hacerlo, principalmente por los cambios que ha experimentado la sociedad.
El ingreso de la mujer al mundo del trabajo fuera del hogar ha obligado, en muchas ocasiones, a compartir las tareas que antes se consideraban sólo domésticas en relación al cuidado de los hijos, como el baño, la muda o el dar de comer a los hijos. Pero, por otro lado, las mayores exigencias laborales, el estrés de la vida actual y un mayor individualismo -que hace priorizar las propios deseos por sobre los demás- también ha llevado a que algunos hombres dejen de ejercer su tradicional rol de padres o lo deleguen en sus esposas. “Hoy es el narcisismo el que impide a muchos padres ejercer la autoridad, sumado a la tendencia a permanecer más tiempo fuera de la casa, dejando a hijos e hijas huérfanos de padres, aunque estén vivos”, advierte el psiquiatra Sergio Canals. Un gran error, ya que a su juicio “los hijos siempre van a tener hambre de padre”.
Padres disponibles
Según el destacado médico, cuando el padre se involucra en la crianza de los hijos “aporta la visión del hombre en la educación del hijo y la hija; es el sentido de lo masculino. En el caso del niño, será el modelo de identificación y en el caso de la niña, finalmente tendrá que ver con la búsqueda del hombre como compañero de vida”, precisa.
Asimismo -agrega- “si el padre es cariñoso con la madre, con la hija y el hijo, el hombre será portador de una masculinidad capaz de amar y comprometerse. Además, su presencia será fundamental, a través de una autoridad ejercida con afecto, para la formación del mundo valórico y comportamientos éticos”.
Y si bien la autoridad ejercida por el padre puede tener algunas veces una forma más «dura» que la de la madre, Sergio Canals estima que “eso contribuye a incorporar una visión de la alteridad radical de la vida hombre-mujer. Así, por ejemplo, el hombre maneja mucho mejor el riesgo que la mujer”.
Diversos estudios demuestran que los padres que están disponibles para sus hijos los enriquecen con su imagen propia. En los adolescentes, por ejemplo, la participación del padre favorece un mejor control de sí mismos y una mayor capacidad para resistir la presión de grupo. También se ha visto que los niños cuyos padres se involucran activamente en su formación suelen ser más decididos, poseen mayor capacidad de solución de problemas, sentido del humor, interés por aprender, tienen mejores resultados en la colegio y más habilidades sociales. Las niñas, por su parte, desarrollan mejores habilidades emocionales para enfrentar situaciones de crisis.
Por el contrario, aquellos niños -de ambos sexos- cuyos padres están ausentes, tienen mayor riesgo de presentar conflictos sociales, agresividad, retraso escolar y en general desarrollan menos habilidades para socializar.
Barreras a la paternidad
Consciente o inconscientemente, un número significativo de padres piensa que trabajar mucho es una forma de demostrar cariño a sus hijos. Eso es, al menos, lo que afirma el psiquiatra norteamericano Warren Farrell, autor de “Encuentro entre Padre e Hijo: Cómo traer los papás que necesitamos, a los niños que amamos”.
Sin embargo -agrega- en la medida en que la mujer también ha ingresado al campo del trabajo y es capaz de llevar parte del sustento a los hogares, aquella idea debería quedar desterrada y los hombres, al fin, podrían darse el permiso para compartir otras instancias de la crianza de sus hijos.
Asimismo, un factor que atenta contra la mayor participación del padre en la crianza de los hijos tiene que ver con la confianza que ellos se tienen en este ámbito. “Muchos padres se sienten inseguros de su capacidad para ocuparse bien de los niños. Algunos piensan que ser un buen padre quiere decir que se espera que haga todo lo que hace la madre, y que lo haga tan bien como ella», señala Stan Seiderman, director del Bay Area Male Involvement Network (BAMIN), una organización norteamericana que promueve la participación masculina en el ámbito familiar.
Según este especialista, los hombres deben tener claro que su forma de ejercer la paternidad, no significa que sean mejores o peores que la de la madre. “Puede que sean padres que brindan afecto a sus hijos tanto como lo hace la mamá, pero su estilo va a ser distinto al de ella», explica.
“Hoy es el narcisismo el que impide a muchos padres ejercer la autoridad, sumado a la tendencia a permanecer más tiempo fuera de la casa, dejando a hijos e hijas huérfanos de padres, aunque estén vivos”, advierte el psiquiatra Sergio Canals. Un gran error, ya que a su juicio “los hijos siempre van a tener hambre de padre”.
Asumir esta realidad es el primer paso para integrarse en forma activa en la dinámica familiar. Fue justamente lo que hizo Rodrigo Matus, padre de una pequeña de dos años. “Tanto yo como mi mujer podemos darle de comer a Camila. Ambos nos aseguramos que lo haga en forma suficiente y balanceada. Pero, ciertamente, cuando Camila come con su mamá queda mucho más limpia, se demora menos y la mesa queda impecable, pero los dos hemos aprendido a aceptar que eso no es lo más importante”, cuenta.
Es precisamente lo que propone Seiderman. «Un niño no necesita dos padres que sean exactamente iguales en estilo y en comportamiento, sino dos padres que tengan formas de ser diferentes y particulares, que se complementen el uno al otro».
¿Qué deben hacer los padres?
*Pase tanto tiempo como pueda con sus hijos. Las actividades regulares y el tiempo juntos fortalecen el vínculo afectivo.
*Al menos una vez por semana realice una actividad extra-programática con sus hijos. Puede ser una simple caminata, un paseo al aire libre, una once fuera de casa, preparar juntos una receta, escuchar música o arreglar el jardín.
*Comparta sus intereses, habilidades y experiencias con ellos, de modo tal que sus hijos puedan formarse un sentido de su cultura, religión y creencias.
*Hable con sus hijos sobre sus sentimientos, pensamientos y comportamientos. Puede mostrar interés en sus niños con cosas pequeñas, por ejemplo, colgando sus dibujos en la pared, llevando un registro de cuánto han crecido (a ellos les encanta ver sus progresos en este ámbito), tomando fotografías juntos o averiguando sobre los temas que a sus hijos le agradan (dibujos animados, juegos, etc.).
*Involúcrese en su educación. Este rol es ejercido en su mayoría por las madres, sin embargo, se ha demostrado que cuando los padres participan activamente en el ámbito académico, los hijos obtienen mejores resultados. Asimismo, es conveniente que participe en las actividades del colegio.
*Cada cierto tiempo, pregúntese ¿Qué estoy haciendo para que mi hijo se acerque a mí y sienta que estoy?
*Para dar la oportunidad al padre de crear rutinas con los niños, los especialistas recomiendan que las madres se atrevan a salir regularmente de la casa, dejando a los niños a cargo de él.
*También es bueno aprovechar circunstancias como la llegada de un nuevo hijo o las vacaciones para cambiar los hábitos, abriendo un espacio para el papá. Muchos padres se han convertido en los mejores compañeros del primogénito con la llegada del segundo hijo. Pero no se trata de quedarse con los niños para leer el diario o dormir siesta mientras ellos ven televisión, sino de compartir momentos juntos de verdad, de modo que el pequeño sienta que su papá está realmente ahí.
*Mujeres: aprender a delegar. A muchas madres les cuesta entregar algunas tareas en relación al cuidado de los hijos, porque piensan que el marido no lo hará tan bien. Aprender a aceptar que hay diferentes formas de hacer las cosas y dar espacios al esposo para “el ensayo y error” en este ámbito, redundará en un cambio muy positivo. Cambiar la dinámica de la mujer mandando todo el tiempo y el hombre esperando instrucciones no sólo beneficia a los hijos, sino también a la relación de pareja.