Un agudo oído le permite escuchar el latir del corazón de su madre y los sonidos del exterior. Responderá a ritmos y melodías, empezará a familiarizarse con las voces de sus padres y un ruido fuerte y repentino puede hacerlo saltar.
Sus músculos están más desarrollados y tiene más fuerza en sus movimientos. Su tamaño aún le permite cambiar libremente de posición y la madre podrá sentirlo claramente.
Hasta ahora el crecimiento del feto había sido extremadamente rápido. En este mes disminuye un poco para que el desarrollo se concentre en la maduración de los órganos, especialmente de sus pulmones, sistema digestivo e inmunológico. A las veinte semanas tendrá dieciocho centímetros de largo y pesará casi medio kilo.
Lentamente comienza a acumular grasa y su aspecto deja de ser tan delgado, mientras que la piel se cubre de un vello fino conocido como lanugo y de una sustancia blanca y espesa llamada vérnix caseosa, que es producida por sus propias glándulas sebáceas y le sirve de protección en su ambiente líquido.
Aparecen los pezones y glándulas mamarias en ambos sexos, y en el caso de las niñas, los ovarios ya contienen siete millones de óvulos, de los que sólo llegarán a madurar cerca de quinientos durante su edad fértil.
A toda máquina
El metabolismo de la madre se acelera para que exista una mayor circulación sanguínea y de oxígeno que nutra a la criatura. Esto hace que los vasos se dilaten y aparezcan pequeñas marcas rojas en el rostro y otras partes del cuerpo que se esfuman tras el parto. También hay mayor transpiración y puede sentir que le falta aire cuando realiza un esfuerzo físico.
Lo normal es que la madre suba un máximo de quinientos gramos de peso semanales durante el segundo trimestre.
Fuente: Doctor Hernán Muñoz, jefe de la Unidad Académica del Departamento de Obstetricia y Ginecología del Hospital Clínico de la Universidad de Chile