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Educar para ser felices
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Toda mamá y papá esperan que su hijo o hija sea feliz, que crezca y se realice plenamente. Sin embargo hay que reconocer también que de manera simultánea y, en más de alguna ocasión, la educación entregada en la casa podría ser contradictoria con ese interés.
Los padres tenemos expectativas, sueños y aspiraciones acerca de la vida que llevarán adelante nuestros hijos; de lo que son, serán y que no necesariamente tienen relación con su existencia, sus dones, habilidades, intereses y pasiones. En efecto, estos ‘deseos’ pueden ser fruto de una relación sana y basarse en la riqueza que ellos mismos nos han manifestado (sus capacidades y ‘vocación’); o podrían nacer de un vínculo más turbio, menos positivo donde se mezclarían, por ejemplo, complejos personales de los padres que mutilan las maravillas de ese ser humano en crecimiento.
En este contexto, el cómo miramos a nuestros hijos determina en gran medida la manera en que nos vincularemos y condicionará el estilo de vida familiar; las normas, las expresiones de afecto y los valores. Hay que sincerar las expectativas, sueños y deseos que tenemos hacia ellos, reflexionar si corresponden a lo que son y a lo que aspiran. ¿Dónde se ven realizados y felices?; y revisar nuestras propias trancas, barreras y prejuicios.
Para que coincidan la búsqueda de la felicidad y el crecimiento integral de nuestros hijos con las aspiraciones que tenemos como padres, es necesario que los conozcamos bien. Para que esto ocurra no queda otro camino que ‘estar’ con ellos, comunicarse e interactuar. Debemos dedicarles tiempo, ya sea ‘pasivo’ (comer en familia, ‘estar’ en la casa, acompañarlos en sus actividades, ver TV juntos, etc.), y también más ‘activo’ (acompañarlo en sus pasiones, pasear o practicar deportes, conversar y participar en algún credo religioso).
Recurrentemente los padres olvidamos la importancia que tiene para ellos nuestra compañía diaria, el entregarles una sonrisa, un abrazo, el jugar juntos y, también, el valor de una llamada de atención o invitación a reflexionar acerca de comportamientos y actitudes que lo pueden dañar o que afectan negativamente la vida de otros.
Simultáneamente, al conocerlos es necesario amarlos tal cual son, no en relación En este contexto, el cómo miramos a nuestros hijos determina en gran medida la manera en que nos vincularemos y condicionará el estilo de vida familiar; las normas, las expresiones de afecto y los valores. Hay que sincerar las expectativas, sueños y deseos que tenemos hacia ellos, reflexionar si corresponden a lo que son y a lo que aspiran. ¿Dónde se ven realizados y felices?; y revisar nuestras propias trancas, barreras y prejuicios.
Para que coincidan la búsqueda de la felicidad y el crecimiento integral de nuestros hijos con las aspiraciones que tenemos como padres, es necesario que los conozcamos bien. Para que esto ocurra no queda otro camino que ‘estar’ con ellos, comunicarse e interactuar. Debemos dedicarles tiempo, ya sea ‘pasivo’ (comer en familia, ‘estar’ en la casa, acompañarlos en sus actividades, ver TV juntos, etc.), y también más ‘activo’ (acompañarlo en sus pasiones, pasear o practicar deportes, conversar y participar en algún credo religioso).
Simultáneamente, al conocerlos es necesario amarlos tal cual son, no en relación
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El mundo que
vivimos
Lorena Cornejo y Benito Baranda
a lo que ‘tiene’ o ‘hace’ y que podría diferenciarlo de los demás y tocar mi ego, mi prestigio y reputación como adulto ante las otras familias y la sociedad en general; sino que quererlo con profundidad, reconociendo en él a una persona excepcional, con un potencial y humanidad singular.
Hay tiempos y edades en que esto resulta más llevadero, sin embargo, si allí no hacemos bien nuestro trabajo como padres de amar sanamente, luego lo lamentaremos. Por ejemplo, si suplimos el afecto sólo con bienes materiales, vacaciones ‘extraordinarias’, placeres culinarios y dejamos de lado la caricia, la cercanía física, el ‘estar’ juntos, el compartir y disfrutar de lo sencillo, iremos criando unos verdaderos ‘tiranos en el afecto’, insatisfechos permanentes y con muy baja tolerancia a la frustración (insoportables).
También es importante recordar el valor e impacto en la felicidad y realización de nuestros hijos que tiene por un lado, el círculo de amistades y las características de las familias más cercanas y, por otro, la apertura que el mismo hogar tiene hacia el resto de la sociedad y, en general, hacia el mundo. ¡No somos islas!, y mientras más nos abramos a la realidad que nos circunda, ellos y ellas tendrán mayores certezas de su propia vocación y podrán entregar lo mejor de sí mismos.
En buenas cuentas, una gran cuota de esta dicha y autorrealización se logran sirviendo y amando a las otras personas.

   

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