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Bebés con estrés…pequeños con problemas de adultos

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El estrés -un síntoma que experimentan cada vez más personas- es transversal, por lo tanto, los niños no están ajenos a él. Y por desgracia, los bebés tampoco. Sus efectos nocivos sobre la salud física y mental de los pequeños, hoy más que nunca, hacen necesario que los padres tomen conciencia de sus consecuencias.

Un grupo de psiquiatras de la Escuela de Medicina de la Universidad de Harvard aseguró que los bebés que no son tomados frecuentemente en brazos y que son consolados tardíamente, pueden crecer susceptibles al cuadro denominado Desorden Post Traumático de Stress, DPTS y a problemas de personalidad. Por eso es que enfermedades como DPTS y fobias -en aumento en países industrializados como Estados Unidoscasi no existen en sociedades más primitivas, donde los niños suelen estar en contacto físico permanente con sus padres. Aunque aún no existen pruebas categóricas acerca de esta teoría, el equipo de profesionales norteamericanos señaló que los padres deben preocuparse respecto a cómo tratan a los lactantes y tener en cuenta la importancia de acariciarlos, abrazarlos y besarlos todo el tiempo.

En busca de las causas

El estrés es una reacción innata a las amenazas y desafíos cotidianos; es normal y puede llegar a ser útil, pero también puede ser muy perjudicial, según indica el doctor Rodrigo Ramírez, pediatra y neonatólogo.

“El estrés se inicia en el periodo de recién nacido, cuando el bebé debe hacer frente al medio ambiente extrauterino, muchas veces hostil e invasivo. Esta situación se acentúa en bebés prematuros que deben hospitalizarse en un ambiente que habitualmente se caracteriza por luces brillantes, ruidos, intervenciones médicas y frecuentes manipulaciones, pero felizmente las personas encargadas de su atención nos hemos sensibilizado progresivamente, y hemos aprendido a reconocer las señales de estrés para modificar las formas de atención y cuidados de los bebés”, explica el especialista.

El estrés puede deberse a circunstancias tanto internas como externas, que van desde la estructura genética del niño, al medio ambiente, al plano conductual, a los pensamientos y a vivencias particulares. Hay factores que siempre resultan estresantes para un niño, independiente de su edad, tales como los conflictos familiares, la muerte de un familiar o un ser querido, el divorcio de los padres, cambios en el ambiente escolar o situaciones violentas que ocurran en su entorno familiar o social.

Sin embargo, existen determinadas experiencias de acuerdo con cada edad que pueden gatillar el estrés. “En los niños más pequeños, el alejamiento del cuidador principal, por ejemplo, puede ocasionar un estrés importante”, señala el pediatra. Esto podría significar que la ausencia repentina de la madre afectará al niño de sobremanera; al igual que el cambio de una nana, si el menor se acostumbró a su presencia constante.

En niños un poco mayores, a partir de los 2 ó 3 años, puede causar estrés el aumento de la jornada en el jardín infantil -en algunos casos los niños pasan de ir en la mañana, a permanecer todo el díael nacimiento de un hermano o presiones ejercidas en el hogar, consciente por inconscientemente, por sus padres o por quienes están a su cuidado, a causa de cambios en los hábitos relacionados con la comida o el sueño.

¿Cómo expresan el estrés?

Como explica el doctor Ramírez, en los niños el estrés se puede manifestar como cambios de comportamiento y frecuentementecomo una reacción física evidente: llanto, sudoración en las palmas de las manos, taquicardia, arranques agresivos y defensivos, dolor de cabeza y de estómago, alteraciones del sueño, comportamientos nerviosos de la motricidad fina -entre ellos, arrancarse el cabello o morderse las uñas- y directamente a través de la depresión, evitación y timidez excesiva.

La psicóloga clínica, María Elena Montt, especialista en niños y adolescentes, señala que entre los 0 y 2 años, los síntomas que permiten detectar el estrés son que el niño se manifiesta irritable, con llanto fácil y dificultad para calmarse. También, pueden presentar cólicos y trastornos del sueño y la alimentación. Otro tipo de agentes estresores que afectan al bebé son el maltrato directo y la sobreestimulación, en los casos en que no se respetan los ritmos de desarrollo del niño.

Estos cuadros suelen coincidir con mamás que no se encuentran bien anímicamente (quienes están afectadas por una depresión, por ejemplo), o que están permanentemente muy ocupadas.

Volver a hacerlos felices

Aunque los padres deben saber que cierta cantidad de estrés forma parte normal de la vida cotidiana de su hijo, y puede tener influencias positivas y necesarias en su desarrollo, es importante que estén concientes que el estrés excesivo es nocivo a corto y largo plazo. A menor edad, más impacto tienen los eventos nuevos y potencialmente más negativo puede llegar a ser el estrés.

Los padres pueden impedir y reducir el estrés de los niños -dependiendo de la edad y el nivel de desarrollo del hijo ayudándolos a comprender la naturaleza del evento provocador del estrés y motivándolos a utilizar estrategias eficaces de adaptación y manejo. Se puede ayudar al niño a anticipar eventos estresantes -como nacimiento de un hermano y el ingreso a jardín infantil, por mencionar algunos- proveyéndolos de ambientes de apoyo donde los niños puedan expresar sus preocupaciones, aprendan a reconocer, nombrar, aceptar y comunicar sus sentimientos de manera apropiada.

En definitiva, se trata de enseñarles, poco a poco, a usar técnicas de relajación y a desarrollar sus propias estrategias positiva.

Los bebés en gestación también se estresan

No sólo los recién nacidos y niños pueden sufrir estrés. También los bebés en gestación. Según indica un estudio del Imperial College de Londres, las embarazadas con síntomas de estrés transmiten la ansiedad al feto a partir de momentos tan tempranos en la gestación como las 17 semanas.

Dentro del útero materno, los bebés están expuestos a las hormonas que provocan el estrés e influyen negativamente en el funcionamiento de su cerebro. Para determinar si la ansiedad materna podía afectar al feto, los científicos midieron el nivel de cortisol a 267 embarazadas, hormona que provoca el estrés y pasa al flujo sanguíneo provocando sensación de ansiedad.

Al analizar las muestras de sangre y de líquido amniótico del útero materno, el equipo detectó que, a las 17 semanas de gestación, el cortisol elevado en las mujeres aumentaba el nivel de la hormona en el líquido amniótico. Paralelamente, otro estudio midió la inteligencia de más de cien bebés cuyas madres habían sufrido alto niveles de estrés en el embarazo, revelando que los coeficientes intelectuales de los pequeños estaban diez puntos bajo la media.

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