Antiguamente se pensaba que la maternidad era algo inherente a la naturaleza y biología femenina. Sin embargo, esa hipótesis ha sido desechada con los años porque la experiencia ha sido categórica. ¿Cómo puede existir el instinto maternal si hay mujeres que son capaces de maltratar a sus hijos y otras, en cambio, que aun sin engendrarlos son capaces de amarlos como hijos propios?
Hace siglos hablar de mujer era lo mismo que hablar de madre. Era el fin último que la sociedad le asignaba al sexo femenino y que las mismas mujeres se auto-impusieron durante años. Sin embargo, a comienzos del siglo veinte, cuando la mujer comenzó a ser parte activa de la vida social, cívica y laboral, el papel femenino sufrió grandes cuestionamientos y transformaciones. Tanto, que hasta la maternidad comenzó a ser cuestionada y desde ahí, lo que se conocía como instinto maternal, fue ampliamente debatido.
Maternidad positiva
El instinto se describe como un conjunto de reacciones hereditarias, comunes a todos los individuos de la misma especie y de las que el sujeto no tiene conciencia. De existir el instinto maternal, entonces, no se presenciarían jamás abandonos de madres a hijos, ni mucho menos maltratos.
Según la siquiatra de la Universidad de Chile, Mónica Kimelman, especialista en medicina perinatal, el instinto maternal no existe como tal, ni en la especie humana ni en la animal, porque a pesar de que está determinado por la presencia de un gen hereditario, necesita de ciertas experiencias sociales relacionadas con la maternidad. Algunas de ellas son:
✱✱ Tener un embarazo placentero.
✱✱ Contar con el apoyo de la familia y el papá del bebé que se espera.
✱✱ Haber deseado tener un hijo.
✱✱ Vivir en el parto algún tipo de ‘apego’ con el recién nacido, para que, no el instinto, sino lo maternal, aflore.
Un estudio británico reveló que el instinto maternal no es inherente a la condición de la mujer, pero que depende de un gen que se activa de acuerdo a la experiencia individual y que, especialmente, se hace presente después del nacimiento de los hijos. Cuando el gen es defectuoso, las mamás desconocen a sus crías y no cuidan de ellas.
La doctora Kimelman señala que si lo maternal tuviera una raíz instintiva, como socialmente se ha tratado de inculcar y atribuir por años a la mujer, sería independiente de cualquier problema que la madre tuviera durante el embarazo y, entre otras cosas, el maltrato de madre a hijo no existiría. Lo maternal, como señala la siquiatra, se hace y desarrolla. ¿Cómo ocurre?
◗◗ Comienza cuando en un ‘buen embarazo’ la madre construye una imagen del hijo que espera y lo integra a su realidad futura.
◗◗ Luego, en el momento del parto, rodeada de un entorno favorable y acogedor, se encuentra por fin con su hijo, cara a cara y comienza a hacerlo parte de su vida, día tras día, pero ahora como un ser concreto y real, que -además- depende de ella para desarrollarse en armonía.
◗◗ Sin lugar a dudas, el parto es crucial para anidar el sentimiento maternal de madre a hijo. La doctora Kimelman señala que durante el parto el apego es básico, porque si la mamá tiene un contacto piel a piel inmediatamente después de que su hijo ha nacido, se establecerá entre ellos una relación de necesidad y amor mutuo, activada emocional y físicamente porque en los momentos inmediatamente posteriores al parto se elevan en la madre los niveles de ocitocina, hormona llamada también del enamoramiento, que se encarga de vincular casi mágicamente a la madre con su hijo
Apego: un momento mágico
La intensa activación del sentimiento maternal, que se produce una vez que la madre ha dado a luz, fue comprobado a través de numerosos estudios realizados en animales. En experiencias con cabras se demostró que cuando una hembra paría normalmente y su cría permanecía con ella por un lapso de tiempo, aunque fuera separada de su lado después para ser examinada, la madre podía reconocerla luego por el olor, la lamía, la cubría con su cuerpo para darle calor y se mostraba dispuesta a amamantarla y cuidarla. Al contrario, cuando después de parir la cría era inmediatamente separada de su madre, luego de una o dos horas el animal no era capaz de reconocerla y, más aún, la rechazaba. Se negaba a amamantarla y no mostraba interés por permanecer a su lado.
De acuerdo a la doctora Kimelman, algo muy parecido ocurre en el caso de los seres humanos. “Por eso es fundamental establecer el apego, es decir, ese contacto piel a piel inmediatamente después del parto en el que la madre y su hijo se miran y se reconocen mutuamente. Esto es vital para que en el futuro se establezca una relación sana entre la madre y su hijo y asegura, en gran medida, un desarrollo equilibrado de los niños, porque tiene a su lado a una mamá que es capaz de reconocer sus necesidades, que lo conoce y que está alerta a sus demandas”.
¿Y si no hay apego?
Cuando la experiencia de apego -por razones médicas, de salud del niño o de la madre, o por cualquier otro motivo- no se da, el sentimiento maternal fluye con menos naturalidad pero puede activarse de todas maneras, siempre que exista en las mujeres el deseo de que así sea. “En el caso de las madres que por depresión o por cualquier otro problema rechazan a sus hijos, puede ser el padre o algún familiar cercano el que asuma ese papel”, indica la siquiatra.